viernes, 24 de septiembre de 2010

"Arribita del Río..."

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“Cuando yo tenía 6 o 7 años me llevaron a Tuxtepec;
lo único que recuerdo de ese viaje es que,
cuando llegamos, nos subieron al carro
de alquiler que había en el pueblo
y que lo manejaba un Tío mío, que se llamaba Carlos.
Mientras conducía, mi Tío no dejaba de cantar el Cupido.
Desde entonces, cada vez que oigo ese son,
me acuerdo cuando era niña”

Doña Guadalupe Benítez Sánchez. 80 años.



Más que dedicado al son o a los soneros, este es un disco dedicado a la memoria. Pero no a esa memoria de muertos y tiempos pasados, si no más bien a la memoria viva que todos llevamos a dónde vamos y manifestamos en lo que hacemos, a la que nos hace ser únicos y diferentes de todos los demás y que, muchas veces, al cruzar con otros se topa con el recuerdo compartido, que entonces nos hace ver que aun siendo distintos, todos somos iguales.

Al mismo tiempo, este disco es una foto que mantiene inmóvil un pedazo de tiempo que ya pasó, pero perdura al sonar cada vez que se reproduce. Habla de gente que está viva sólo a través de jóvenes que no los conocieron y que muy probablemente ni sepan de ellos, de los que hicieron que esto llegara a nosotros, pero que sin embargo los mantienen vivos a pesar de todo y los renuevan. Habla de jóvenes actuales luchando desde su pueblo y su tradición, en medio de un mundo que los segrega y aísla y, por si fuera poco, los bombardea con ideas, modas y costumbres ajenas a nuestro medio, a nuestra forma de ser y sentir y que, muy seguido por cierto, triunfa sobre ellos y los aleja convirtiéndolos en estereotipos o caricaturas de esas formas de ser “modernos y globales”.

La intención, difícil de cumplir e inacabada aún, es, ha sido y será la de reconstruir una parte de la tradición perdida de la música campesina de nuestra tierra, esa que se junta por gusto en las tardes a tocar un son, que no pide virtuosismo pero si exige respeto, esa que sigue haciendo recordar cosas a la gente, la música que le “dice algo” al que la oye por que la conoció aunque sea a través de historias de abuelos. Es la tradición de los bailes de sones alumbrados por leños encendidos que ya no vimos muchos, la de María Canela ganando un concurso de baile en la Victoria, o la de Don Sostenes Sánchez sentado en al raíz de un cedro tocando en las tardes, como lo recordaba su hija María Higinia antes de morir ella en el mismo terreno, la misma casa y el mismo pueblo en que vivió y tocó su padre a mediados del siglo pasado. Es la música y cantares viejos, tal vez “modernizados” por ser ahora tocados en su mayoría por chamacos que ya sólo alcanzaron a ver a dos o tres músicos “de los de antes”.

A fin de cuentas lo que queremos es recordar y no olvidar nunca quienes somos, de manera sencilla y sin “arreglos” ni “composiciones”. Lo que intentamos es mostrar a tres generaciones que se encuentran, se renuevan y se mantienen; que intentan juntos recuperar las tonalidades y los versos de antes y actualizarlos sólo con ponerlo en boca de jóvenes de hoy. Tres generaciones que desde distintas formas de ver el mundo comparten sus experiencias, sus vivencias y que a través del contacto casi diario construyen y reconstruyen su cultura. La voz de Don Higinio y de Don Félix, las guitarras de son de Quintiliano o de Juanillo Regalado o la jarana de Lencho, puestas al lado de la fuerza de la juventud de Pipo, Patricia, Pablo, Margarita, Julio o Toño nos recuerdan el río, la selva, el rancho, la tarima y la alegría de estar junto a todo eso que nos da sentido y nos vuelve únicos en este corto tiempo que nos toca vivir.

Por último y más importante aún, este disco es también un reconocimiento a la voluntad y el cariño puesto por todos los músicos de antes que en él participan, que no dejaron de recordar su música y que nos la han enseñado para que nosotros también podamos disfrutarla. Esa herencia, como dice el amigo Guillermo Velázquez, es una responsabilidad que hemos adquirido los que hoy tocamos, que nos obliga a cuidarla y mantenerla lo más apegado a como nos la enseñaron, por respeto a la gente mayor; pero que también nos obliga a perfeccionarnos y a conocer toda su riqueza, para después, con la mayor humildad, intentar mejorarla si somos capaces. La última parte de esta responsabilidad es transmitirla a nuevas generaciones. Eso intentamos.