viernes, 27 de mayo de 2011

Fandango en San Jerónimo




La luna sale a las 11 de la noche en San Jerónimo, arriba de los sauces del río se asoma como con pena, roja toda ella, y mira sorprendida la tierra polvorienta y el río que agoniza en su cauce, olvidado de la gente. Abajo, sin embargo algo sucede: a medio patio, entre casas de palma y arboles de pioche, muchos se arremolinan alrededor de una tarima y un sonido antiguo brota de las manos jóvenes ¡hay fandango con los Regalado!

Sorprendida recuerda aquellas lejanas noches, de cuando la finca “Almendra” era la reina de la zona y la gente sembraba tabaco en las orillas de la selva, pegaditas al río las parcelas. ¡Era de verse aquello! Gente a caballo entrando al rancho, del rumbo de Oro Verde llegaban al pueblo los músicos, de la Esperanza, de Los Planes y hasta de Playa venían algunos otros. El requinto de Juan “Chiquito” atronaba la noche y las jaranas de los Regalado llenaban de acordes el viento. Los Tadeo de la Gloria habían invitado esa ocasión a su primo “El Negro”, muchacho entonces, que decían era buen cantador y bailador, que había llegado por la tarde a lomo de su caballo.

Eran otros tiempos aquellos, piensa la luna, sin embargo ahí siguen abajo algunos necios, junto con los que quedan de antes. Ahí están Félix y Juanillo todavía, pero ahora ya no está Juan “Chiquito”, ahora son chamacos, chamacos cualquiera, vestidos como se visten ahora, pero tocando y bailando como se tocaba ayer, bajo la severa mirada de sus mayores que desde sus asientos dirigen y cuando es necesario, se levantan y dan ordenes que se obedecen sin preguntar, seguros quienes atienden que el que habla sabe y sabe mucho.

Los de abajo casi no tienen tiempo de ver a la luna, su mirada siempre busca más bien al que tiene enfrente, se hablan en el silencio que impone la música al que la ejecuta y, por no dejar el diálogo, lanzan el verso al viento para ver quién le contesta. Siempre encuentran respuesta. Palabras que se entrecruzan, rasgueos que se acompañan con el pespuntear de la guitarra, piernas y cuerpos que sudan el baile en la calurosa noche, miradas, sobre todo miradas. Miradas de jóvenes que sueñan con la energía que da tener pocos años y miradas de hombres que sueñan con la tranquilidad que da tener muchos años.

La luna transita la noche con un rebaño de estrellas, abajo las cosas bellas pasan muy cerca del pioche, y en medio de aquel derroche de versos encabalgados, vuelan lo sueños alados e inundan el caserío, como cuando crece el río y deja el pueblo anegado. En casa de Regalado vuelve a palpitar la vida, la música es la medida que todos han anotado, es el cantar del tablado o la música de antaño, es el venir cada año para celebrar la alegría de que exista todavía el río donde me baño.

Es la una de la mañana ya, rumbo a la Jimba la luna sigue su camino de estrellas y los gallos le dan serenata. La música para por hoy, descansa un rato de tanto que pesan los recuerdos y se guarda para mañana, los jóvenes –niños algunos todavía- se acuestan a intentar dormir en medio de su misma algarabía. De lejos se oyen sus voces, sus risas, sus cantos. Duerme San jerónimo bañado por la luz de la luna que, aún no lo sabe, volverá mañana a encontrase con su recuerdo a la misma hora que hoy, las 11 de la noche, cuando el huapango nos recuerde que a pesar de todo, seguimos vivos y contentos los jarochos.

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